A veces, llegamos a pensar que la esencia de nuestros sentimientos alberga en cada uno de esos objetos que nos han llenado de satisfacción en algún momento emocionante de nuestra vida. Hablamos de un cierto magnetismo, una fuerza superior parecida a un sentimiento, que nos hace retroceder al momento de su llegada a nuestras vidas. El óxido de un anillo que mantiene presente el paso de los años, una muestra de perfume con olor añejo y un ligero recuerdo que nos hace sentir más viejos, o más jóvenes, según se mire. Hay personas que suelen tomar la vida como camino abierto al pasado; a veces visitan sus más queridas experiencias, y otras deciden simplemente observarlo a través de una mirada de indiferencia, al menos, es lo que dicen. Pero no termina de ser convincente, pues todos sabemos que las personas parten de su pasado para afrontar el futuro.
miércoles, 20 de octubre de 2010
Sed y cerezas...
Era la madrugada de una noche de Agosto, no podía mantenerme en la cama por más tiempo, el calor y la desesperación me ahogaban de sed. Así que, me incorporé, tomé en mis manos el candelabro de mi mesita y salté de mi pequeña, pero esponjosa cama al suelo con mis pies descalzos. Comencé a andar sigilosamente por el pasillo de la casa para no despertar a nadie. Lo cierto es que el crujiente sonido de mis pasos en la madera vieja del suelo resultaba realmente estremecedor, incluso llegaba a erizar el vello de mis brazos. Ansiaba poder encontrar alguna parte de la cocina una insignificante gota de agua que mojara mis labios cuanto antes. Llego a ella y contemplo la encimera, donde la jarra de agua estaba completamente vacía, ¡ni una mísera gota! Al parecer, mis hermanas habían quedado totalmente sedientas tras una buena sesión de baile en el jardín de atrás. Me vuelvo con una cara horrible de insatisfacción, y de pronto, algo llama la atención de mi mirada, algo que brillaba en el poyo de la ventana, un pequeño frutero medio vacío, excepto por un par de manzanas picadas, donde la luz blanca de la luna dejaba mostrar el esplendor de dos cerezas recién lavadas por Anne, la sirvienta. ¡Aquellas dos bolitas rojas resultaron ser la calma de mi sinvivir por un momento! Sin pensarlo dos veces, me acerqué, y tras metérmelas en la boca casi por necesidad, comencé a saborearlas, qitándoles el rocío de su piel con los labios y dejando que su dulce líquido se desvaneciera lentamente entre mis molares. Por último, tomé el último trago de aquella agua tan original en forma de golosina, y me dirigí de nuevo a mi habitación, pensando en la paz que se respiraba a esas horas en la casa, y con una sonrisa en los labios tras haber satisfecho mi capricho...
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