lunes, 6 de diciembre de 2010

aquellos ambientes parisinos...

1924. El olor a café se expandía poco a poco por las amplias avenidas parisinas. Hacía frío. Llevaba un abrigo de bisón largo, mi sombrero favorito a juego con el color de mis zapatos y unos guantes rojos. Acudía al lugar donde se me había citado días atrás para hablar de la publicación de mi último libro. Salí del hotel, anduve por aquellas alegres calles, cuando mi oído captó el grave sonido del saxofón de un músico al que había conocido en la estación de tren al llegar a la ciudad. Al pasar por su lado, saqué una moneda de mi bolso y la dejé caer en el plato que tenía bajo sus pies. Seguido de esto, me echó una mirada de agradecimiento y yo le sonreí, iluminando su cara con el carmín de mis labios. Miré el reloj, llegaba un cuarto de hora tarde, aquel ambiente tan dulce y bohemio me había hecho que perdiera la noción del tiempo antes de ser consciente de aquella cita. Por fin llegué al café que se me citaba en la dirección de la carta. Al llegar, uno de los camareros me cedió el paso educadamente y, abriéndome la puerta, me cogió el abrigo para dejarlo en el perchero que había al lado de la barra. La fuerte luz de los focos exteriores enrojecía mis ojos, pero a la vez, daba un toque bastante alegre a la calle. Por no hablar del colorido puesto al otro lado de la acera, dando un toque de dulce olor floral mezclándose con el del café. Saludé al editor desde la entrada, que se encontraba al fondo del local, con las piernas cruzadas leyendo el periódico y dejando un puro recién encendido en el cenicero de la mesa. Al acercarme, se levantó para estrecharme la mano cortésmente y apartándome aquella antigua silla de madera para que pudiera sentarme...





domingo, 5 de diciembre de 2010

reciprocidad

Las personas. Me gusta escribir sobre ellas, vagar por la vida observando cada uno de sus extraños pero a la misma vez idénticos movimientos, sentir sus formas de tratar, su manera de expresar lo que quieren mostrar o esconder al mundo. Al fin y al cabo, no son tantas las complicaciones a la hora de estudiar la forma de pensar de las personas. Todos estamos inundados por las emociones, a todos nos entristece una mala noticia o nos llena de euforia y felicidad una buena. Todos soñamos con esa reciprocidad que se siente en el aire cuando la vida le es fiel a sus principios, unos principios naturales dictados por el destino que dicen ser los culpables de nuestra continua búsqueda.  

lunes, 29 de noviembre de 2010

Nostálgico pasado

Aquel era un día lluvioso, terriblemente inspirador, en los que, hasta las sensaciones más profundas se mostraban fáciles de interpretar. Se encontraba en mitad de un fascinante yacimiento arqueológico romano, recién desenterrado y con muchas cosas aún por desvelar. Los arqueólogos habían hecho su habitual descanso para almorzar, y él se había quedado observando el descubrimiento relativamente solo, salvo por los espectros de aquellas ruinas, que le rodeaban, y le hacían ver que toda esencia queda atrapada en la época y el lugar que le corresponde.
Por un momento, le pareció mezclar el sonido de las gotas de lluvia topando con la piedra de aquellas columnas desgastadas, con un extraño eco proveniente de aquella piedra. Parecía tratarse de una melodía alegre, como tocada por instrumentos de la época, unida a voces fantasmas no del todo claras, aunque pensó que podían pertenecer a los mismísimos habitantes de aquella aldea romana del siglo II a.C. Se sentía trasladado a una época completamente ajena a la suya, pues además de haber creído escuchar semejantes ecos, le pareció sentir un dulce aroma de incienso tradicional acariciando parte de su nariz. Entonces comprendió, que aunque no veamos el pasado, de una forma u otra, sigue presente en cada uno de los rincones en los que dejó de existir.



miércoles, 20 de octubre de 2010

Irrealidades


A veces, llegamos a pensar que la esencia de nuestros sentimientos alberga en cada uno de esos objetos que nos han llenado de satisfacción en algún momento emocionante de nuestra vida. Hablamos de un cierto magnetismo, una fuerza superior parecida a un sentimiento, que nos hace retroceder al momento de su llegada a nuestras vidas. El óxido de un anillo que mantiene presente el paso de los años, una muestra de perfume con olor añejo y un ligero recuerdo que nos hace sentir más viejos, o más jóvenes, según se mire. Hay personas que suelen tomar la vida como camino abierto al pasado; a veces visitan sus más queridas experiencias, y otras deciden simplemente observarlo a través de una mirada de indiferencia, al menos, es lo que dicen. Pero no termina de ser convincente, pues todos sabemos que las personas parten de su pasado para afrontar el futuro.




Sed y cerezas...

Era la madrugada de una noche de Agosto, no podía mantenerme en la cama por más tiempo, el calor y la desesperación me ahogaban de sed. Así que, me incorporé, tomé en mis manos el candelabro de mi mesita y salté de mi pequeña, pero esponjosa cama al suelo con mis pies descalzos. Comencé a andar sigilosamente por el pasillo de la casa para no despertar a nadie. Lo cierto es que el crujiente sonido de mis pasos en la madera vieja del suelo resultaba realmente estremecedor, incluso llegaba a erizar el vello de mis brazos. Ansiaba poder encontrar alguna parte de la cocina una insignificante gota de agua que mojara mis labios cuanto antes. Llego a ella y contemplo la encimera, donde la jarra de agua estaba completamente vacía, ¡ni una mísera gota! Al parecer, mis hermanas habían quedado totalmente sedientas tras una buena sesión de baile en el jardín de atrás. Me vuelvo con una cara horrible de insatisfacción, y de pronto, algo llama la atención de mi mirada, algo que brillaba en el poyo de la ventana, un pequeño frutero medio vacío, excepto por un par de manzanas picadas, donde la luz blanca de la luna dejaba mostrar el esplendor de dos cerezas recién lavadas por Anne, la sirvienta. ¡Aquellas dos bolitas rojas resultaron ser la calma de mi sinvivir por un momento! Sin pensarlo dos veces, me acerqué, y tras metérmelas en la boca casi por necesidad, comencé a saborearlas, qitándoles el rocío de su piel con los labios y dejando que su dulce líquido se desvaneciera lentamente entre mis molares. Por último, tomé el último trago de aquella agua tan original en forma de golosina, y me dirigí de nuevo a mi habitación, pensando en la paz que se respiraba a esas horas en la casa, y con una sonrisa en los labios tras haber satisfecho mi capricho...