Pasan los años pero el sabor de las mañana sigue siendo siempre el mismo, quizás por la espera de un beso, quizás por la melodía tan peculiar del afilador pueblerino. Una melodía, sin duda, capaz de parar el tiempo cuando suena. Personalmente, para mi tiempo en mis primeros años de vida, en casa de los padres de mi madre. Ansiosa, en aquel sillón marrón de terciopelo y reposabrazos de madera. Observando a mi abuelo cuidar de sus perdices en el patio, y a mi abuela en la cocina. Una postal muy típica entre recuerdos infantiles. De repente, un olor más dulce que el de la mañana, llama mi atención y miro hacia esa puerta que siempre solía estar encasquillada, de hecho, aún lo está. Un camino humeante procedente de un plato lleno de leche con galletas deja su rastro en el ambiente del desayuno. Mi abuela me da cucharadas de aquella rica comida, mientras la suave melodía del afilador suena por las cuestas que rodean el barrio, y mi abuelo le habla a sus perdices con mirando sus cabezas bajar hacia el cuenco del alpiste. Por no hablar de un extraño cuadro que se encontraba colgado en la pared, cuyo paisaje albergaba cierto misterio que me transmitía más realidad de lo que su nitidez permitía. El personaje que allí habitaba sostenía un carro viejo de madera con unas enormes ruedas. El frescor ya dejaba su agradable sensación en nuestros rostros, al darle paso por la ventana, ya se fundía con aquella estampa que me inunda el corazón de amor y de nostalgia.
martes, 20 de agosto de 2013
lunes, 19 de agosto de 2013
jueves, 6 de junio de 2013
Y para contrarrestar el sabor salado de este mar en soledad,
me pido una de tus caricias de chocolate... Tan dulces como el olor de un bebé,
tan lascivas como cada mirada dedicada desde el otro lado de la habitación, al otro
lado de nuestro universo, formado en el big ban de nuestras miradas, aquella fría
noche de invierno. Miradas objeto de nuestro deseo, quizás como respuesta a un
futuro que entrelazaba nuestro destino. Éramos como dos piezas de ajedrez en
manos de la vida.
Callarse es...
Callarse es saber cuándo la vida
deseará arrebatar con su envidia
aquella ilusión que reanima
el dulce anuncio de una niña.
Una niña enamorada
ansiosa por contar su nada
su todo,
la inocencia de su esbozo.
Su rostro lleno de alegría
¡cómo sonreía!
mirando la otra mitad de su espejo
aquel que albergaba el reflejo
de un niño perplejo
que de amor me convencía.
Imagen bipolar, a la vez, parecida,
luchando en la tempestad del contrario
alma del temerario,
no temas, que es tu vida.
No necesitas ya del miedo
sino de la valentía,
para enjugar el amor
en la noche y en el día.
N. S
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